Artículo publicado el 08 de marzo del 2022 por Grupo MILENIO, ver artículo original.
Hace más de veinte años, Claudia Ivette, Esmeralda y Laura Berenice fueron desaparecidas en Ciudad Juárez. Sus madres las buscaron desesperadamente y las encontraron sin vida, meses después, junto con los cuerpos de otras cinco jóvenes en un campo algodonero. A ellas y a sus madres se les revictimizó, hubo graves irregularidades en la identificación de los cuerpos y una denegación absoluta de justicia. Por impulso de las madres y sus defensoras, México fue condenado por la Corte Interamericana; como consecuencia, se han creado protocolos, se han reformado leyes, se han emitido sentencias con perspectiva de género, se han ordenado capacitaciones. Y sin embargo, la realidad nos continúa gritando. En 2020, la maestra Lupita fue desaparecida y luego localizada en una fosa clandestina, a orillas de un río en Guanajuato, junto con decenas de personas más, entre ellas algunas adolescentes.
Ser mujer en México implica ser parte de un grupo en situación de vulnerabilidad sujeto a diversos tipos de violencia, desde la familiar, la psicológica, la económica, la física, la sexual, hasta la pública e institucional. Si además se es mujer adolescente y de escasos recursos, la probabilidad de ser víctima de desaparición aumenta. Hoy, existen más de 24,400 mujeres reportadas como desaparecidas. Los estados con mayor índice de desaparición de mujeres, de 2007 a la fecha, son Estado de México, Tamaulipas, Nuevo León, Jalisco, Ciudad de México, Sonora, Puebla, Veracruz, Coahuila y Michoacán. Los municipios con mayor índice de desaparición son Reynosa, Matamoros, Nuevo Laredo, Monterrey, Puebla, Guadalajara, Hermosillo, Toluca, Tijuana y Ecatepec. Las adolescentes entre 14 y 17 años son el grupo más violentado y representan el 65.64% de las personas menores de 18 años desaparecidas. En México, se está desapareciendo a las adolescentes y a las mujeres jóvenes.
Hace unos meses, en un informe de contexto realizado por la Comisión Nacional de Búsqueda y la Comisión Estatal de Búsqueda del Estado de México, surgió información muy relevante que, además de ayudar a la búsqueda, derrumba mitos y exhibe la estigmatización por parte de las autoridades: las niñas, adolescentes y adultas son desaparecidas en horas del día –no de noche, ni cuando “andaban de fiesta”, sino en trayectos escolares o laborales–; se presume que iban solas –no se fueron “con el novio”–; casi ninguna había desaparecido con anterioridad –no es que “ya lo ha hecho antes”, en cuyo excepcional caso, es un elemento relevante de búsqueda y no una excusa. Otros datos importantes son que la mayoría de las desaparecidas tiene, cuando mucho, instrucción secundaria (incluidas las adultas), lo que nos muestra la discriminación múltiple; y en el caso de las niñas y adolescentes existe una brecha tecnológica con su familia, lo que genera un espacio de mayor vulnerabilidad para ser víctimas de trata. Algo más, en la desaparición de niñas y mujeres se conoce o se intuye, en un importante porcentaje, al perpetrador con nombre y apellido, que casi siempre, es un hombre.
Si bien hay que analizar cada contexto en particular, lo cierto es que este informe corrobora elementos que se observan en el resto del país, además de proporcionar información fundamental para tomar acciones de política pública.
Para poder entender los fenómenos de violencias y para poder generar políticas de prevención es importante analizar no solo el universo de las desaparecidas, sino también el de las localizadas. Más de 73,970 (98%) de las mujeres reportadas como desaparecidas o no localizadas han sido encontradas con vida, en un alto porcentaje entre los 15 y 19 años de edad, huyendo, en muchos casos, de contextos de violencia. Esto, claramente, es –o debería ser– una alarma de una posible desaparición o feminicidio en el futuro. Por otro lado, más de 1,380 (1.84%) han aparecido sin vida.
Toda desaparición de una niña o mujer debe tener siempre, como una línea de búsqueda, la posibilidad de que la misma esté vinculada con violencia de género, como la violencia sexual, la violencia familiar, la trata de personas, los feminicidios, los transfeminicidios, o cualquier otro delito que pueda tener afectaciones diferenciadas.
Una de las vías principales para combatir la desaparición y prevenirla es la justicia. Una justicia que, en México, en materia de desaparición, es prácticamente inexistente. Habría que preguntarse, además, cuántas de las niñas y mujeres aparecidas sin vida luego de estar desaparecidas fueron víctimas de delitos –seguramente la mayoría– y cuántas carpetas de feminicidio se han abierto y han prosperado.
Se han construido tratados, estándares, sentencias, protocolos y, sin embargo, la violencia contra las mujeres permanece. Se sigue victimizando a la desaparecida y su familia –casi siempre mujeres–, se siguen esperando horas cruciales para la búsqueda, se continúa culpando a la mujer de lo sucedido y salvo contadísimas excepciones, las autoridades continúan sin aplicar perspectiva de género. Y la sociedad, en general, continúa sin responder al unísono con indignación. No por nada, la CorteIDH señala que hay una discriminación estructural de violencia contra las mujeres en nuestro país; una violencia normalizada –como muchas otras.
Las mujeres, sin embargo, continúan luchando contra las violencias. No es posible escribir sobre mujeres y desaparición sin señalar y reconocer el trabajo de las mujeres en la búsqueda de verdad y justicia. Ellas, además de caminar, buscando a sus seres queridos entre vivos y muertos, estando en lugares que nadie nunca debería estar ni deberían de existir, se han enfrentado prácticamente solas al sistema de justicia –un sistema, por definición, patriarcal–, han construido puentes de diálogo con autoridades, han hablado con perpetradores, han construido políticas públicas creando protocolos, leyes, comisiones, mecanismos, han combatido leyes regresivas, han incidido a nivel nacional e internacional y han construido comunidad, ahí donde la realidad se ha empeñado en destruirla.
Hoy, 8 de marzo, es buen momento para recordar y reconocer la lucha de estas mujeres, una lucha que les ha costado la tranquilidad y la seguridad, y en algunos casos, la vida. Un reconocimiento respetuoso a la lucha de Silvia, Edith, Graciela, Josefina, Araceli, Diana, Lenit, Lucy, Rosalía, Myrna, María Isabel, Brenda, Beatriz, Irma, Yolanda, Grace, Neris, Leticia, Yadira, Tita, Sinthya, Nora, Claudia, Lourdes, Virginia, Lorena, María, Victoria, Alejandra, Martha, Carmen, Sandra, Mary, Evelina, Gema, Marcela, Evangelina, Rosa, Guadalupe, Marité, Cecilia, Miyeyes, Laura, Nancy, Maribel, Roxana, Mónica, Esperanza y miles de mujeres más, que han construido e impulsado las redes, la resistencia, las leyes y la institucionalidad de búsqueda en este país. Una lucha colectiva de mujeres por la justicia y la verdad no solo de sus seres queridos, sino de las más de 98 mil personas reportadas como desaparecidas. Una lucha que nos debería cuestionar y convocar como sociedad, toda, a pensar en colectivo.